“Ha llegado la triste hora de abandonarnos a nuestro propio impulso y a nuestra sola iniciativa (…) la gravedad de las circunstancias nos obliga a dar la cara, y sin altanerías ni provocaciones, pero con toda la fuerza que suministran la razón y el derecho (…)El Federado que en estos momentos sienta temores personales y ceda ante las amenazas por motivos injustificados, incuba, con este proceder, el germen del asesino que mañana atentará contra la vida de un compañero y del que otro día acabará con la del patrono acobardado (…) La conciencia y la dignidad, en tales casos, no significan otra cosa que mantener firmes los acuerdos de la clase, elevar el concepto de compañerismo y de unión a las más puras esferas y estimular, con el afecto y la consideración que se merece, a esa enorme masa obrera tan indefensa y atropellada en sus derechos como lo está la clase patronal” Federación Patronal de Cataluña. Barcelona, 14 de septiembre de 1920[1].
“Según confidencias recibidas, en la calle de Poniente (no se precisa el número) se reúnen diariamente en un piso varios anarquistas. El piso en cuestión lo habita para su cuidado una prostituta. 24 de julio de 1919. Somatent de Barcelona. Distrito III”[2]
En el número 17 de la barcelonesa calle de la Septembrina instaló Bravo Portillo sus particulares oficinas. Su secretario, un antiguo Oficial de la Guardia de Seguridad, recibía a los clientes. Allí Bravo Portillo organizó numerosos atentados contra personas vinculadas con el mundo obrero. Sus hombres eran delincuentes, expolicías, confidentes y exdirigentes sindicales. Sus clientes más habituales, los empresarios, que le encargaban asesinatos a cambio de dinero. Bravo Portillo dio formalidad a un fondo ya conocido, a la organización de un contraterrorismo que tenía por objetivo mermar la fuerza sindical, y cobrarse la correspondiente venganza por atentados anteriores. Con este gabinete especializado se pusieron las cartas encima de la mesa. La tensión social, el todo vale, la espiral acción-frustración-reacción acababa de empezar a girar para adornar de fuego, durante varios años, la rosa catalana.
Los historiadores discuten a menudo por encontrar el punto de inicio de una determinada sucesión de hechos históricos. En este caso ocurre igual. Para Ignacio León, el punto de partida, sin obviar la situación social y política descrita en el capítulo anterior, es el 7 de octubre de 1917, cuando dos obreros matan a Joan Tapias, patrono, en el barrio barcelonés del Clot. Le acusaban de ser traidor a su clase (fue obrero) y de tratar de impedir la contratación de gente afín a los sindicatos. Con este asesinato, este autor da por inicio al pistolerismo que llenaría de sangre las calles durante cinco años.
La Primera Guerra Mundial fue fructífera para el desarrollo de la industria catalana. Con los obreros en el frente, Francia, Inglaterra o Alemania encargaron pedidos de forma recurrente a industrias de países neutrales como España. Los beneficios entre patronos incrementaron considerablemente, cosa que no vino pareja a una mejora de las condiciones laborales. A la par, la revolución bolchevique dio un empuje definitivo a las demandas obreras, que encontraron el ejemplo necesario para ponerse como meta desarrollar una revolución en España. Tras una pequeña sublevación en agosto, y la disolución de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y de los centros obreros, se sentaron las bases para el pistolerismo: “La iniciativa partió de un ignorado grupo anarquista (…) se constituían por su cuenta, igual que las peñas de amigos, y no respondían ante nadie (…) uno de esos grupos, casi por la necesidad física de hacer algo, decidió convertirse en vengadores de sus hermanos de clase”[3].
Tras la muerte de Joan Tapias, hubo durante el mes cinco nuevos atentados, entre ellos el primer caso extraño que apunta a las organizaciones patronales: Trinxet, patrono que había decidido negociar un convenio con los trabajadores, cae tiroteado en un momento en el que la mayor parte de los empresarios exigían una postura inflexible en el gremio ante estas negociaciones. Nada se supo, por otra parte, de los autores.
En este contexto llega al mando de la Brigada Especial de la Policía Manuel Bravo Portillo. Nacido en la isla de Guam, siempre tuvo negocios turbios. Posteriormente se supo que estaba a sueldo del Barón Von Rolland, jefe del espionaje alemán, que tenía en Barcelona mucho trabajo, ya que la mayor parte de las incipientes industrias trabajaban para los aliados. En este contexto, se decide matar a Barret, el Savolta de la novela de Eduardo Mendoza, empresario que producía espoletas para el ejército francés. Barret era director de la Escuela Industrial y allí acudía el 8 de enero de 1918 cuando cayó asesinado. La postura oficial fue que los autores eran sindicalistas del entorno de la CNT, como en otros casos había sucedido, y al amparo de esta versión Bravo Portillo dirigió una profunda operación de detenciones. La postura extraoficial, no probada, que Bravo Portillo movió ficha eliminando, a través de un pistolero a sueldo, a un enemigo de Alemania.
Solidaridad Obrera 1 enero 1918 |
Tanto la CNT como el espionaje francés reaccionaron. A la sede del sindicato llegó cierta información a través de la que se destapaba que Bravo Portillo ofrecía información a Alemania de las rutas de barcos aliados que salían del puerto de Barcelona, y que luego eran torpedeados por submarinos alemanes. La acusación se hizo pública a través del periódico “Solidaridad Obrera”.
Bravo Portillo tuvo que defenderse llevando a juicio la acusación. Perdió, le cesaron en el cargo y pasó un tiempo en prisión.
La victoria de la CNT, aunque recibió financiación para los costes del juicio no determinada, pero que de nuevo apunta al espionaje francés, le llevó a incrementar su popularidad. En el verano de 1918 contaba con medio millón de inscritos, acometiendo su reorganización en base a Sindicatos Únicos de industria, independientes entre sí.
Bravo Portillo tuvo que defenderse llevando a juicio la acusación. Perdió, le cesaron en el cargo y pasó un tiempo en prisión.
La victoria de la CNT, aunque recibió financiación para los costes del juicio no determinada, pero que de nuevo apunta al espionaje francés, le llevó a incrementar su popularidad. En el verano de 1918 contaba con medio millón de inscritos, acometiendo su reorganización en base a Sindicatos Únicos de industria, independientes entre sí.
Con el fin de la Guerra el 11 de noviembre de 1918 sobrevino un freno drástico en la producción, a la par que el aumento del deterioro de las condiciones socio-laborales de los obreros. Había menos trabajo, idénticos sueldos bajos y jornadas agotadoras, pero además un ambiente de entusiasmo derivado de los movimientos europeos y de la consolidación del triunfo bolchevique. Por la puerta de atrás, Bravo Portillo recobraba su libertad.
Los patronos estaban divididos en dos sectores: el textil, con el Conde de Caralt a la cabeza, más proclive a la negociación con los sindicatos y a la apertura a reformas laborales; y el de la construcción, con Miró i Trepat, partidario de la fuerza. Ante los crecientes atentados y huelgas en la industria, ambos se reunieron con el jefe de Gobierno en Madrid, Conde de Romanones, que aunque prefería quedar al margen, cedió ante las peticiones de Milans de Bosch, Capitán General de Cataluña, y del Gobernador Civil González Rothwos, quienes pedían la suspensión de las garantías constitucionales en la ciudad hasta reconducir la situación de tensión y que pasaran los ecos de la revuelta espartaquista alemana. El 16 de enero de 1919 se lleva a efecto la medida. No había que dar explicaciones de a quién se detenía, por lo que se llevaron a cabo numerosos arrestos y cierres de locales obreros.
La energía eléctrica barcelonesa era suministrada por Traction Ligth & Power y Energía Eléctrica de Cataluña. La segunda era de capital alemán. La primera, fundada por Fred Stara Pearson, y cuyo principal accionista era el Canadian Bank of Comerce of Toronto, tenía como Director a Fraser Lawton, que trataba de lidiar con las presiones ejercidas por dos grupos empresariales (Heidamann y SOFIMA) que trataban de hacerse con la mayor parte de las acciones después de que Pearson muriera en el “Lusitania”, barco de pasajeros hundido por el ejército alemán.
“La Canadiense”, como era conocida, decidió despedir a 8 trabajadores. El 5 de febrero de 1919 dio comienzo una huelga en la sede de Facturación de la empresa, situada en la céntrica Plaza de Cataluña. A continuación, 117 trabajadores fueron nuevamente despedidos, tras tratar de reunirse con el Gobernador Civil. Dos días después había 2.000 despidos y la CNT formó un Comité de Huelga con Simó Piero a la cabeza. Mientras las agresiones seguían (un obrero que desoyó la huelga y un patrono muertos) se llevó a cabo un paro progresivo: en primer lugar, se dejarían de leer los contadores eléctricos y, a continuación, y tras la negativa de Lawton a reunirse con el Comité de Huelga, interrumpir el servicio eléctrico de la ciudad. El 70% de la industria barcelonesa se vio obligada a parar sus actividades, dando lugar a un corte de luz histórico. Sin transporte, las calles son descritas por los historiadores de la época como desiertas y lúgubres.
El día 23 de febrero, en vista de que seguía sin querer negociarse nada, CNT dio orden a los trabajadores de la otra compañía eléctrica a que cesaran igualmente su actividad. Así, la paralización fue total. El ejército, con Milans de Bosch a la cabeza, tomó la empresa para hacerla funcionar. Se recobró la luz en la ciudad, pero los cortes eran frecuentes y los militares no estaban capacitados para afrontar las averías. CNT pasó a la tercera fase del plan, que incluía el paro en el gas y el agua a partir del 26 de febrero. La situación se hizo insostenible. Por un lado, Milans de Bosch movilizó, mediante bando, a todos los trabajadores del sector de la electricidad para que fueran a trabajar a la fuerza. Fueron pocos los que se enteraron porque los periódicos estaban parados. Por otra parte, Lerroux pidió soluciones al Gobierno Central, quien cambió al Jefe de la Policía y al Gobernador Civil. Carlos Montañés, en su nuevo cargo, instó a Lawton a negociar con la CNT y tras 45 días de conflicto se acordó la readmisión de los despedidos, y la jornada laboral de ocho horas, además de la excarcelación de todos los presos. Aunque en el mundo obrero habían muchos que optaban por esperar a que se cumplieran los acuerdos antes de volver al trabajo, en una histórica reunión celebrada en la antigua Plaza de Toros de Las Arenas, el Noi de Sucre, Salvador Seguí, uno de los excarcelados, convenció a los obreros a que volvieran a sus puestos de trabajo, dando el acuerdo por bueno.
El 20 de marzo se volvió al trabajo, aunque desde un primer momento algunas empresas informaron de que no podrían cumplir con lo acordado. Para algunos sectores la imposibilidad era real a corto plazo. Para la mayoría, fue una estrategia. El Conde de Romanones solicitó a Milans de Bosch que pusiera en libertad a los presos que aún quedaban en las cárceles, pero este, apoyado por la Patronal, retrasó deliberadamente las excarcelaciones. Los grupos obreros asumieron que el proceso había sido un engaño, volviendo a la huelga el día 24 de marzo, cayendo en una ilegalidad, que definía que ésta debía de ser avisada con quince días de antelación. Se encontró la excusa que se buscaba y se declaró el estado de guerra. Los militares tomaron la ciudad, abriendo los comercios a la fuerza. El somatén[4] contaba con 8.000 agentes en Barcelona y con el beneplácito de los empresarios. Hubo cientos de detenciones de nuevo y algún asesinato, como el de Miguel Burgos, secretario del ramo de curtidores de la CNT.
En estas fechas se crea la Federación Patronal Española, encabezada por el sector más duro de la Patronal. Desde un primer momento mostró un rechazo total a los acuerdos. Sus buenas relaciones con Bravo Portillo tuvieron como consecuencia que éste abriera una especie de agencia parapolicial, que colaboraba con las fuerzas del orden y los patronos, a través de la que se comenzó a elaborar un fichero de sospechosos y de acciones de los sindicalistas, que años más tarde se conocería como el Fichero Lasarte. El Gobernador Civil seguía empeñado en reducir la tensión, pero el poder lo tenía Milans de Bosch, llegando a expulsarle de la ciudad el 13 de abril.
Un día después tomó posesión del cargo de jefe de Gobierno Maura, que inicialmente, y a falta de una mayoría parlamentaria suficiente, pactó con la Lliga Regionalista. Para entonces, con el Somatén practicando detenciones indiscriminadas, y los grupos de acción vinculados a la CNT cometiendo atentados, la agencia de Bravo Portillo encontró el ambiente adecuado para desarrollar su labor. En un primer momento, a su puerta llamaban empresarios solicitando que se dieran palizas a determinados obreros, o provocar incidentes dentro de una empresa para obtener efectos deseados. Para garantizar la efectividad de las acciones, Bravo Portillo y sus hombres se hicieron con números confidentes del entorno de la CNT. Pero a finales de abril la cosa pasó a mayores, ya que se le encargó un asesinato. Pedro Masón, secretario del ramo de la construcción, era un impedimento claro justo en el sector más duro de la Patronal. Aunque el atentado falló, resultando herido, hablamos del primer acto de terrorismo patronal y parapolicial de la época, aún siendo conscientes que ya había habido actos parecidos anteriormente, aunque no tan bien delimitados como a través de esta agencia.
La reacción no se hizo esperar y los pistoleros de los grupos mataron el 8 de mayo a un capataz de una empresa de Girona. El sector de la Federación Patronal, preocupado porque algunos de sus compañeros seguían empeñados en negociar con los obreros, encargó a Bravo Portillo que impidiera los acuerdos. El 17 de julio sus matones mataron a Pau Sabater, destacado agente sindical. A la par, Seguí y Pére Foix, pilares básicos de aquella CNT, llegaban a acuerdos internacionales con Rusia y Portugal para una colaboración conjunta.
El asesinato de “El Tero”, como se le conocía a Pau Sabater, llegó al Parlamento. Durante su entierro, al que acudieron cerca de 10.000 personas, se vivieron momentos de tensión al desviarse la comitiva hacia la Gran Vía (el féretro cayó al suelo durante el altercado). En Madrid se pidieron explicaciones y se nombró nuevo Gobernador Civil, Julio Amado, con un cometido claro: pacificar la ciudad a través de una especie de parlamento laboral entre obreros y patronos, que si funcionaba correctamente en Barcelona, sería ampliado al resto de España. Bravo Portillo tuvo que cerrar su agencia, aunque no se tomaron sobre él más que medidas simbólicas, y siguió residiendo en la ciudad.
Habían perdido el empleo 70.000 trabajadores entre los despidos y los lock-out (la huelga de empresarios, es decir, cierres momentáneos de empresas). Julio Amado usó sus influencias para lograr que se readmitiera a buena parte de ellos, levantó el Estado de Guerra y propuso la Comisión Mixta que inició sus reuniones el 2 de septiembre con cinco delegados por grupo.
Los pistoleros tenían claro que lo de Bravo Portillo no se solucionaría con una simple amonestación, y tres de ellos lo mataron el día 5 de septiembre. Los colectivos obreros lo festejaron abiertamente pero, como de costumbre, tuvo consecuencias no esperadas. Murió el Jefe, pero la banda lo cambió por otro, el Barón de Köening, alemán de procedencia, y espía experimentado además de estafador habitual. Su cometido fue claro, servir de grupo de acción para la patronal y la policía corrupta, ofrecer información, ampliar la red de confidentes e incluso, si era necesario, inventar conspiraciones o falsos atentados. El objetivo final, evitar la adopción de un acuerdo en las Comisiones Mixtas, que comenzaron sus negociaciones el día 8 de septiembre. El día 16 de septiembre llegaron a término, a la par que se cometieron dos atentados, uno por bando, con el que la Patronal trató de hacer ver al Gobernador Civil que Seguí y el resto de delegados obreros no tenían intención de pacificar las cosas, permitiendo que los suyos siguieran con su pistolerismo.
Julio Amado dejó unos días de reflexión, coincidiendo con el Congreso Patronal que se desarrolló en Barcelona, a pesar de la huelga de todos los servicios que podían necesitar los patronos que acudían de otras zonas del país (transporte, hostelería, etc.). El nuevo líder de la patronal, Graupere, e igualmente del ramo de la construcción, propuso un Lock-Out general, que era una medida sin precedentes. La Patronal tenía claro que iba a llevarlo a cabo, a pesar de que el acuerdo de la Comisión Mixta se firmó el día 11 de noviembre, con la mediación de Milans de Bosch, a quienes los propios patronos habían querido forzar a la ruptura del acuerdo encargando al Barón de Köening un falso atentado en la sede de Capitanía General.
El 1 de diciembre de 1919 comienza el Lock-out, también denominado en los ambientes sindicalistas como “Pacto del Hambre”. Las familias pasaron a tener muchas más dificultades que antes, con lo que para el Somatén y la Banda de Köening fue mucho más fácil captar confidentes a cambio de dinero. Uno de ellos fue Inocencio Meced, que entonces estaba tubérculoso y necesitaba medicinas, y que años después protagonizaría el asesinato de Salvador Seguí.
Durante diciembre hubo numerosas agresiones, contra obreros y patronos. Pistoleros y la Banda de Köening camparon a sus anchas, a la par que en Madrid se desarrollaba el Congreso de la CNT, donde se adoptaba la forma de anarcosindicalismo, uniéndose a la III Internacional de Lenin. El fracaso en la pacificación de Julio Amado, provocó un nuevo cambio de Gobernador Civil. El Conde de Salvatierra, inauguró su cargo reprimiendo por la fuerza un intento de fuga de la cárcel La Modelo el mismo día de Navidad.
Los primeros días de 1920 fueron muy violentos, con atentados sobre Salvador Seguí y Graupere (los dos líderes de las dos tendencias, ambos infructuosos) y contra otro miembro de la Banda de Bravo Portillo, que trabajaba ahora para Köening. El día de Reyes, Milans de Bosch declaró de nuevo el Estado de Sitio, y la Patronal dio por finalizado el Lock-Out.
El objetivo de la Patronal fue en todo momento forzar el debilitamiento de la CNT. Si el Lock-Out no había conseguido su propósito, otra fórmula era obtener la información de los activistas. No sabían nada de los pistoleros, y para eso estaba el Barón de Köening. Mientras el jefe de la Policía, Arlegui, y el Somatén seguía con las detenciones, los patronos encargaban de manera generalizada a la Banda que indagara quiénes eran los que movilizaban a los trabajadores en sus empresas. Además, pagaban bien, pero no siempre se obtenía la información deseada, con lo que bastaba con inventársela. La Patronal cedió a la Banda mucha confianza, no solo para obtener información, sino también para encargar palizas y asesinatos. A la par, dejaban a un lado al Conde de Salvatierra, del que pensaban que quería negociar de nuevo con los sindicalistas.
La violencia continuaba. Solo en marzo murieron cinco patronos, además de otro francés en febrero, que levantó eco internacional. Arlegui especializó a dos agentes para que entablaran conexiones diarias con la Banda de Köening, que a su vez ampliaba su oferta con servicios de guardaespaldas. En abril, se comenzaron a ver las carencias del Barón, quien no conseguía obtener información de los activistas, que actuaban impunemente. Trató de inventárselos para recuperar prestigio, informando de una detención en un café donde previamente se habían alojado explosivos. Los detenidos eran sindicalistas de a pie. La última semana de mes fue una auténtica batalla campal de tiroteos en plena calle, así como de nuevos atentados. En un certamen poético nacionalista hubo un altercado que el Barón no supo prever, lo que generó mucho malestar en el nacionalismo moderado. Armengol, miembro de la banda, confesó todo. Y el hecho de que se hiciera público no hizo sino agravar la tensión. Esa era la prueba irrefutable de que tanto policía como Patronal habían usado servicios de matones para amedrentar trabajadores. Con Eduardo Dato en el poder, la deportación de Köening, el cese del Conde de Salvatierra y la llegada de Bas, que quería proseguir lo iniciado por Julio Amado, es decir, la negociación, se dio otra oportunidad a la pacificación.
Para la Patronal, una vez hecho público, el uso de Bandas Parapoliciales había llegado a su término por el momento. Los otros medios no tardaron en llegar, tras la fulgurante proyección de un nuevo sindicato, el Libre, de origen Carlista y profundamente anti-anarquista. Esos eran los buenos trabajadores. Bas, por su lado, tendió la mano a los sindicalistas, con lo que los grupos de activistas pudieron reorganizarse.
Mientras, a los pistoleros aun les quedaban asuntos pendientes. Envueltos en la espiral de odio, se les acumulaban las cuentas a resolver, y en los meses siguientes fueron cayendo uno por uno buena parte de los miembros de la Banda de Köening, así como programaron el asesinato, el 4 de agosto, del cesado Conde de Salvatierra que residía entonces en la ciudad de Valencia. Cada tres o cuatro días de media, había al menos un muerto por bando (entre Libre y Único) además de pequeñas detonaciones y agresiones continuas. La Patronal volvió a exigir mano dura y a poner dificultades a Bas, para que las negociaciones de la Comisión Mixta no fructificaran. La nobleza española se sintió muy ofendida con el asesinato del Conde de Salvatierra, porque no estaba acostumbrada a que aquello ocurriera fuera de Cataluña. Dato no daba su brazo a torcer y la Patronal trató de conseguirlo encargando un atentado en el music hall Pompeya la noche del 12 de septiembre, provocando 6 muertos y 18 heridos. Los días previos a la firma fueron especialmente violentos entre ambos sindicatos. El día de la firma hubo (la historia se repite) un asesinato significativo, el de un patrono negociador, horas después de que de nuevo se intentara atentar contra Seguí. A juicio de Ignacio León, “con este último intento se perdía la esperanza de pacificar la capital catalana. Si el de Amado lo hicieron fracasar los patronos, con Bas los principales culpables fueron los grupos”[5].
Tras la dimisión de Bas, Dato eligió a la horma del zapato de la Patronal. El General Martínez Anido se hizo de rogar para aceptar el cargo, pidiendo para sí todos los poderes. El Gobierno se los concedió, porque entendió que había llegado el momento de la mano dura.
La estrategia de Martínez Anido tuvo tres fases:
a. Campaña masiva de detenciones: se inició en la madrugada del 19 al 20 de septiembre, con Arlegui, jefe de la Policía, como su hombre de confianza. Entre los detenidos, no solo sindicalistas de a pie, sino también Salvador Seguí, Ramón Arín o Lluis Companys. De la defensa de todos ellos se encargó Layret, un diputado cercano al ideario de Seguí. Finalmente, a los más significativos se les trasladó a un penal en Menorca.
b. Aprobación extraoficial del pistolerismo contra el pistolerismo: los activistas reaccionaron a las detenciones con nuevos asesinatos. Sin una banda formal que se encargara de repeler estos ataques, Arlegui, junto con Martínez Anido, y con el beneplácito cuando no la colaboración directa de la Patronal, dieron rienda suelta al Sindicato Libre. Durante el mes de noviembre se contabilizaron más de 22 muertos por ambos bandos, incluyendo dos casos significativos: por un lado, el asesinato del Director del Hotel Continental, vinculado al Carlismo y, por tanto, al Libre; por otro, la maniobra política de eliminar a quien defendía a los presos pero que contaba con inmunidad que no era otro que el Diputado Layret. Este asesinato causó gran conmoción por dos razones: porque Layret era minusválido y no pudo defenderse, y porque se le asesino al tiempo que del Puerto de Barcelona salía el barco con los presos.
Tras este asesinato no cesó la violencia de ambos lados. El inspector Espejo, hombre de confianza de Arlegui, siguió con los interrogatorios, cacheos y detenciones mientras que el Libre disparaba donde quería y donde le decían. La espiral de violencia no cesó en las Navidades de 1920, las huelgas se suceden al igual que los atentados contra esquiroles y el día 18 de enero de 1921 Martínez Anido toma la decisión de preparar la tercera fase de la operación, ciertamente sobrevenida por el asesinato de Espejo, a manos de varios pistoleros donde había uno sobre el que se trazaron rasgos fantásticos, que llevaba un impermeable gris, y que aparecería en distintos momentos clave del periodo a pesar de que nunca fue detenido ni se conoció su identidad.
c. La Ley de Fugas: el resto de los autores del asesinato de Espejo fueron capturados y con ellos se inauguró la denominada Ley de Fugas, cayendo asesinados en el trayecto tras la detención. A finales de enero y principios de febrero, el uso que Arlegui dio a este método fue masivo: solo el día 22 de enero los servicios médicos contabilizaron hasta 36 cadáveres, la mayor parte de ellos tiroteados por la espalda. El día 9 de febrero, el diputado Julián Besteiro preguntó en el Parlamento sobre esta cuestión, lo que obligó a cambiar de procedimiento: la policía detenía a un sospechoso, se le ponía en libertad, y cuando salía de las dependencias policiales era tiroteado por desconocidos que huían. Aún así, a medio plazo la Ley de Fugas se volvió a aplicar y se extendió, como reflejaba la cita inicial de este trabajo, a Madrid, Valencia y otras grandes ciudades.
La obsesión de los pistoleros de la CNT, así como de parte de la cúpula, fue vengarse de Martínez Anido en cuanto fuera posible. Muchas veces intentaron asesinarle sin conseguirlo. Sin embargo llegaron a pensar que había que apuntar más alto, y matar a quien finalmente había aprobado esa Ley de Fugas. Mientras todo lo dicho acontecía en Barcelona, un grupo se había desplazado a Madrid para asesinar al jefe de Gobierno, Eduardo Dato. Se ha escrito mucho sobre la preparación y huída posterior al atentado, que se materializó en marzo, y que fue realizado desde una Moto con Sidecar y un gran faro rojo según los testigos, directamente sobre el coche oficial, con matrícula ARM-121. Pero lo cierto es que en la Rosa de foc no cambió nada. Martínez Anido estaba convencido, y ahora con más motivo, de que la dura represión era el único camino a seguir.
Y lo cierto es que no se equivocaba. Con la llegada de la primavera los atentados vinculados a los grupos disminuyeron. Las detenciones, y los asesinatos del Libre hicieron mella psicológica. A su vez, las redadas contra los recaudadores de la CNT pusieron en peligro la situación económica. El clima de desconfianza era plausible. Por primera vez, la policía o el Libre se anticipaban a parte de los movimientos, con lo que en los grupos de acción había un auténtico miedo al confidente, que estaba en todos lados.
La burguesía estaba muy satisfecha. La cúpula de la CNT, prácticamente desarticulada y se acusaron a 83 personas de terrorismo, pocas para los centenares de detenciones que se produjeron. Tanto Martínez Anido, como el Libre, destensaron un poco la cuerda. El primero, porque quería pactar con la Lliga, y los segundos porque en definitiva, y de base, tenían sus propias reivindicaciones obreras. Los ojos de casi todos miraban cómo se consumaba el Desastre en Marruecos. Con la entrada de 1922, y la caída del gobierno de Maura, la Patronal recibió otra buena noticia: el gobierno de Sánchez Guerra nombró Capitán General de Cataluña a Miguel Primo de Rivera, que para entonces ya buscaba apoyos para su levantamiento.
El objetivo político fue entonces que los sindicatos se unificaran, para simplificar las negociaciones y rebajar la violencia. Lógicamente, los afiliados de CNT y Libre no querían saber nada de aquel acuerdo. A la par, Martínez Anido evidenciaba sus diferencias con Sánchez Guerra, llegando a dimitir. Finalmente se arregló, porque había interés en que permaneciera en el cargo, porque la calma relativa daba opciones a la CNT de iniciar nuevamente sus acciones.
La CNT reconfiguró progresivamente su organigrama, y se desvinculó de la III Internacional para sentar las bases de la futura Federación Anarquista Ibérica. En el trasfondo político, se seguía con la obsesión de lograr una revolución a la rusa, pero un año antes Andreu Nin había viajado a Rusia siendo recibido por Trotsky, quien tras conocer el actual estado de la situación en Barcelona le comentó que en esas circunstancias no había posibilidades. Los distintos grupos vieron la necesidad de desmarcarse de esa línea y buscar financiación por otros lados, porque seguían creyendo en el objetivo de la revolución. Comienza la etapa de los atracos, por parte de pistoleros asociados a los grupos, y el primero de todos ellos, el del Tren de Pueblo Nuevo, causó honda impresión.
El Libre tenía sus encargos y sus obsesiones. Una de ellas era Ángel Pestaña, uno de los dirigentes de la CNT que, ahora, en situación de menor riesgo, viajaba dando mítines en los que criticaba fuertemente tanto a Martínez Anido como a su organización. La solución llegó pronto. En un mitin en Manresa, el 24 de agosto quisieron matarle, dejándole gravemente herido. Sánchez Guerra exigió a Martínez Anido que le protegiera, y éste muy a regañadientes tuvo que hacerlo, frente a quienes deseaban rematarle en la propia clínica.
Los Justicieros, El Crisol o Los Solidarios fueron algunos de los nuevos grupos de acción que se creaban en el entorno de la CNT. Arlegui pensaba, y no le faltaba razón, que buscaban financiación para organizar una especie de ejército clandestino. Para entonces Pére Mártir Homs era el nuevo Bravo Portillo de la ciudad, y organizó su propia banda a las órdenes de la Patronal y de la policía. Algo se movía y había que desenmascararlo. El método, el mismo que en otras ocasiones: un falso atentado preparado por Inocencio Meced, el eterno confidente, contra Martínez Anido. Brindaron la posibilidad a los grupos de acometerlo, que no dudaron en aceptar. La farsa se saldó con varios muertos y heridos, uno de los cuales, tras una larga persecución, y apunto de morir, pidió ver al Fiscal Diego Medina para explicarle el falso atentado. Éste, que tenía buena comunicación con Sánchez Guerra, le informó de inmediato. El Gobierno actuó en plena madrugada, destituyendo a Arlegui de su cargo por los métodos empleados, y aceptando la dimisión de Martínez Anido después. Cesaron de golpe las redadas y los nuevos interrogatorios. Comenzaba otra nueva etapa, la última, de esta espiral de violencia que alcanzaba ya cinco años de existencia.
La CNT aprovechó la llegada del nuevo Gobernador Civil, el general Ardanaz, para tratar de legalizar su situación, recibiendo respuesta afirmativa, aunque meses más tarde. El Libre trató de variar de estrategia, firmando un pacto de no agresión con la CNT, propuesta que sus dirigentes aceptaron, pero que los grupos de su entorno no. Había corrido mucha sangre y las cuentas seguían sin estar saldadas. Fue, en definitiva, la incapacidad manifiesta de los más extremistas de saber poner fin a un despropósito, la huida adelante del terrorista que necesita seguir dando sentido a los actos que ha venido cometiendo. Hubo huelgas y tiroteos que trataron de frenar el acuerdo. Seguí se mostró a favor, desvinculando a la CNT de las actuaciones de los grupos. Esta paz sindical, que tendía sobre un filo hilo, duró tácitamente varios meses, pero que al noi de sucre le costó la antipatía de un fuerte sector de los suyos, que trataron de reunir pruebas y materiales en su contra, usando los mecanismos de partido para someterle a juicios internos y cuestionar su figura. Por otro lado, para noviembre caía el gobierno de Sánchez Guerra, tomando el mando García Prieto, lo que provocó la llegada de un nuevo Gobernador Civil a la ciudad (Raventós) y a su vez nuevos cargos en la policía barcelonesa, entre los que se encontraba Julio Lasarte, lo que hizo desconfiar a los sindicalistas.
Los actos terroristas fueron mínimos, para lo acostumbrado en años anteriores. 1923 empezó sereno, con Seguí como líder, reorganizando los comités obreros en base a demandas laborales ajustadas a su ramo (por ejemplo, la construcción exigía medidas de higiene y habitabilidad en las viviendas que se construían, no solo demandas laborales ajenas al trabajo desempeñado). A pesar de varios asesinatos durante el mes de febrero entre grupos de afinidad de la CNT y gente del Libre, la paz sindical se contuvo. La preocupación era otra. Entonces, en algunos círculos ya se sabía que Primo de Rivera preparaba su levantamiento. Por otra parte, los grupos de afinidad, desvinculados de forma manifiesta de la doctrina de Seguí, preparaban nuevas acciones para lograr la ansiada revolución.
Seguí se configuraba como una figura significativa dentro del panorama político nacional. Para algunos, había sabido atraer a la CNT a un camino democrático, organizando las federaciones a través de la consecución de demandas laborales que iban cristalizando. El Seguí político, pacifista si se quiere, era para la Patronal mucho más peligroso que el que justificaba la violencia o el que, al menos, no mostraba un rechazo claro. Y principalmente porque a través de huelgas y negociaciones la Patronal perdía terreno, accediendo a mejoras que los círculos más intransigentes no estaban dispuestos a dar. El clima violento beneficiaba más, porque permitía que la Patronal tuviera de su parte sin ningún miramiento al núcleo político catalán. Con violencia, las razones no existen. Sin violencia, todas las reivindicaciones eran factibles. Pére Mártir Homs iba a prestar uno de sus últimos servicios, que era organizar su asesinato. El día previsto, 10 de marzo de 1923, Seguí tenía una reunión con Foix, para hablar sobre las reuniones que se celebraban en el Casino Militar para organizar el levantamiento militar. De camino a la cita, Inocencio Feced, a sueldo de Homs, que a su vez estaba a sueldo de otros, le quitó la vida disparando igualmente a su acompañante.
Con este asesinato, la Patronal no consiguió el efecto deseado. A pesar del multitudinario entierro de su secretario Francesc Comas (ya que a Seguí le enterraron rápidamente para evitar disturbios) y de las huelgas de protesta desarrolladas, la CNT tenía previsto seguir con la misma línea, y los grupos de afinidad estaban demasiado molestos con la actitud del noi de sucre como para emprender una campaña de venganza. Ante la repercusión suscitada en todo el país, el Rey solicitó a Primo de Rivera, Capitán General de Cataluña, que localizaran a los culpables. Las redadas, curiosamente, las hizo la policía entre anarquistas y en aquel momento nada más se supo de sus asesinos.
Hasta el 13 de septiembre de 1923, fecha en la que finalmente se produjo el alzamiento, los activistas del entorno de la CNT, organizados en grupos independientes, participaron en nuevos atentados y asesinatos contra gente del Libre. Pero su objetivo principal era preparar una lucha armada, una revolución violenta, incrementando los robos organizados como el del Banco de España de Gijón. Para entonces, comenzaba a sonar abiertamente el nombre de Buenaventura Durruti.
[1] Federación Patronal de Cataluña: A los federados de la Patronal de Cataluña. Barcelona. Arxiu Históric de la Ciutat de Barcelona. Fulls volanders. 1922, s.n.
[2] En PERE FOIX. los archivos del terrorismo blanco. el fichero Lasarte 1910-1930. Ediciones La Piqueta. Madrid. Pág. 70
[3] LEÓN, IGNACIO (1981). Los años del pistolerismo. Planeta. Barcelona. Pág. 15.
[4] Institución española de carácter parapolicial que tuvo su origen en Cataluña. En sus inicios fue un cuerpo armado de autoprotección civil, separado del ejército, para propia defensa y la de la tierra.
[5] LEÓN, IGNACIO, 1981, Pág. 147.
0 comentarios:
Publicar un comentario